Si bien éramos un grupo heterogéneo respecto a nuestra experiencia en el trail running, en los últimos años se había consolidado una amistad que excedía el ámbito deportivo y nos había llevado a recorrer el país con una mezcla de espíritu competitivo y ocio recreativo.
Entre otros desafíos, habíamos compartido El Cruce (para quienes no conocen, es una carrera que dura 3 días, con una distancia total de 100 km) y distintas modalidades y distancias de carrera como en Córdoba (Nono), Neuquén (Villa La Angostura), y la Provincia de Buenos Aires (Mar del Plata, Tandil, Chascomús).
La idea de buscar algo distinto y “bajar un cambio” se cruzó con la iniciativa de CUBA Andinismo de realizar la travesía denominada 4 Refugios, la cual tiene lugar en Bariloche y une a través de valles y filos de una serie de cerros los refugios Frey, Jakob, Laguna Negra y López.
Era un recorrido que teníamos hace ya un tiempo en mente y nos pareció una excelente forma de cerrar el año.
Hete aquí, que si bien a la montaña y sus humores climáticos se les debe respeto, ninguno de nosotros esperaba encontrarse con el escenario que nos aguardaba.
El 15 de noviembre los distintos integrantes de esta travesía (Andrea Cáceres Monié, Fernanda Marmorek, Josefina Vieyra, Pablo Rodrigo Arabadjian y Santiago Zarlenga) fuimos arribando a la ciudad de Bariloche, bajo una leve llovizna que nos daba la bienvenida y anticipaba el clima que nos acompañaría a lo largo de todas las jornadas. El tan ansiado viaje finalmente se concretaba y no estábamos dispuestos a permitir que el clima saboteara nuestro ánimo.
Ya al día siguiente teníamos en agenda reunirnos con Iván -guía de montaña que suele acompañar estas iniciativas de CUBA- para terminar de definir el contenido de las mochilas, equipamiento y vestimenta, para luego dar inicio a la travesía. No habíamos comenzado el recorrido y las “malas” noticias comenzaban a llegar. El pronóstico meteorológico confabulaba contra nuestras intenciones, y la posibilidad de mantener el trayecto original se esfumaba. Había que elegir: la nieve acumulada y las condiciones climáticas nos impedían pasar del Frey al Jakob y del Laguna Negra al López. El grupo optó por los que representaban mayor exigencia, y lamentablemente el Frey y el López quedarían para otra ocasión.
La imposibilidad de llegar por el Frey nos obligó a encarar la subida al Jakob por el camino del valle, el cual pronto nos hizo olvidar el sabor amargo del cambio de planes, envolviéndonos en su paisaje de ríos, bosques y vistas panorámicas de ensueño. La llovizna nos dejó claro que no tenía intenciones de amainar, y a mitad de camino intensificó su presencia. El valle, poco a poco, iba dando lugar a una empinada subida conocida como Los Caracoles, y la nieve comenzaba a asomar. Nieve a la que se le sumó un fuerte viento y el inicio de la nevada, que entumecía los cuerpos y teñían de a poco el paisaje de una blancura espectral.
Los cuerpos mojados y cansados comenzaban a sentir el efecto del frío, principalmente en las manos y pies. Acostumbrados al peso de una mochila de Trail, los dolores y molestias en hombros y espaldas se hacían presentes con el equipaje que cargábamos.
Habrán sido unos 20 minutos de una caminata que pareció más larga de lo que fue, y que culminó en la puerta del renovado, cálido y en ese momento, a nuestros ojos, el mejor lugar del mundo al que podríamos haber llegado: el refugio Jakob.
Este refugio que fue reconstruido hace un par de años luego de que sufriera un incendio intencional, tiene comodidades ciertamente inusuales. La calidez de sus ambientes permitía secar las prendas empapadas con las que habíamos llegado, entrar en calor los cuerpos ateridos, y hasta darnos el lujo de no taparnos por la noche a pesar de las bajas temperaturas que imperaban en el exterior.
Si bien al momento de armar las mochilas todo peso adicional debe pensarse dos veces, habrá que reconocerle a Iván la sabia sugerencia de cargar con queso, salamines, pan y aceitunas, provisiones que deleitaron nuestros paladares apenas arribados. El que sabe, sabe.
Luego de las 5 horas y media que nos había insumido el ascenso, dedicamos el resto del día a realizar sociales, interactuando con otros grupos que estaban pernoctando en el refugio, haciéndonos tiempo para la lectura (hay una pequeña biblioteca), batallando con el clásico Jenga y disfrutando de amenas charlas, mientras el mate pasaba de mano en mano.
Mientras cenábamos, y brindábamos por la jornada que llegaba a su fin, afuera, el ulular del viento y la nieve que se iba acumulando, no presagiaban nada bueno para nuestro deseo de continuar la marcha.
Capítulo aparte merece la odisea que representaba el tener que ir al baño bajo esas condiciones climáticas. ¿Cincuenta, ochenta, cien, doscientos metros? Nunca tuvimos certeza de la distancia a la cual estaba, pero el hecho de tener que caminar sin raquetas, con más de un metro y medio de nieve que nos tragaba como arena movediza, con el viento que castigaba los rostros y helaba las manos, nos hacía replantear y en algunos casos abortar nuestra intención de efectuar la visita. La cual tarde o temprano había que realizar, pero pagando el precio de las mencionadas penurias.
En Buenos Aires las noticias del temporal que azotaba Bariloche y sus alrededores eran recibidas con preocupación por parte de nuestros familiares que, ante la ausencia de señal de celular, buscaban distintos medios para localizarnos y llevar tranquilidad a sus hogares. Los refugios cuentan con un sistema de radio y otro de comunicación satelital que les permite estar comunicados permanentemente en caso de emergencias, y así fue cómo pudieron dar con nuestros paraderos y confirmar que nos encontrábamos todos perfectamente.
A la mañana siguiente y luego de un desayuno más que aceptable, Iván nos terminó de confirmar lo que se caía de maduro. Ante la desazón generalizada, no había chances de seguir al Laguna Negra (si es que en algún momento las hubo), por lo cual optamos por continuar disfrutando de este hermoso lugar y salir durante el día a realizar trekking con los crampones y ganar experiencia en un ambiente tan poco habitual, al menos para nosotros.
Habrán sido tres horas de hundirnos, caernos, patinarnos pero siempre avanzando en medio de una nevada y vendaval que congelaba el pelo de las chicas y todo aquello que sobresaliera por fuera de los abrigos. La laguna que bordea el Jakob completamente congelada y cubierta de una gruesa capa de nieve invitaba a una caminata inusual por donde los visitantes suelen realizar clavados y renovar las piernas en sus frías aguas.
Esa noche, ya en soledad en el refugio, dado que los restantes grupos habían descendido, agradecimos la buena fortuna de poder estar donde estábamos, de vivir lo que estábamos viviendo y desear que el día no llegase a su fin.
El amanecer del tercer día nos encontró armando nuevamente las mochilas para emprender el regreso a Bariloche. Luego de despedirnos de los refugieros, nos esperaba el descenso por la misma senda que nos había traído dos días antes. Si bien se repetía la traza, el paisaje había cambiado rotundamente. Las nevadas de los últimos dos días habían cubierto todo de un blanco manto, y avanzar se volvía un lento trajín ante la profundidad de las huellas. La idea del pronto reencuentro con Guada en la casa que desinteresadamente nos había prestado Gonza en Bariloche, hacía un poco menos agridulce el regreso. Tanto Guada como Gonza (“el Colo” para sus conocidos) iban a ser partícipes del viaje, pero lesiones de último momento los dejaron afuera de la travesía.
Abrazos, risas y pedidos de anécdotas nos esperaban junto con una cena casera y un buen vino para acompañarla. No había tiempo para mucho más. Al día siguiente, si el clima no empeoraba, nos esperaba el ascenso al Refugio Italia, también conocido como Laguna Negra. Con el cansancio acumulado, no necesitamos de mucho para caer rendidos en un profundo sueño.
Mientras servíamos el desayuno, mirábamos por la ventana el horizonte, rogando a los dioses que el clima se mantuviese así como estaba, nublado.
Iván nos pasó a buscar, y por la Avenida Bustillo encaramos hacia la zona del Circuito Chico y Colonia Suiza, hasta llegar a la base desde donde inicia la senda al refugio.
Nuevamente tocaba encarar el recorrido atravesando un boscoso valle, acompañados por el curso de un río que nos seguiría hasta el momento en que los altos árboles comenzaban a quedar atrás y daban paso a un paisaje más rocoso y con vegetación más rala.
Podría considerarse como punto de inflexión en estos paisajes el cruce del arroyo Navidad. Como todos sabemos, la montaña exige ofrendas como sacrificio a quienes la visitan, y con un caudal de agua mayor al usual, el cruce del arroyo haciendo equilibrio en las rocas clamaba por algún resbalón y consecuente metida de pata en el agua helada hasta la rodilla. Andy, decidida a sacrificarse por el grupo, se entregó como ofrenda, lanzando algún que otro improperio al aire cuando su calzado impermeable dejó de serlo y sus pies se vieron sorpresivamente refrescados en las heladas agua que transportaba el arroyo.
Cruzado nuestro Rubicón, continuamos un par de metros hasta que la presencia de hielo hizo necesaria la colocación de los crampones y polainas para continuar el ascenso.
Creo, sin lugar a dudas, que este fue el tramo más exigente de nuestro viaje. De ahí en más y hasta el Refugio, el terreno estaba cubierto por una capa de hielo que dependiendo el tramo estaba más o menos firme, mostrando los efectos de su exposición a los rayos del sol y el “calor” de toda la mañana.
Marchábamos en fila india, intentando seguir la huella de quien nos precedía, pero con el riesgo de que al pisar nos encontráramos con un vacío, ya que la capa de hielo/nieve que cubría rocas y arbustos, cedía bajo nuestro peso, hundiéndonos en algunos casos hasta la cintura. Ahora sí, los bastones comenzaban a justificar su inclusión en el equipaje. A medida que avanzábamos, el espesor de la capa de hielo se hacía mayor pero no por eso más rígido. Los de mayor peso, más que avanzar caminando, progresaban “nadando” con el hielo a la cintura, teniendo que duplicar los esfuerzos para mantener el paso del resto del grupo. El desgaste físico nos pasaba factura, la temperatura iba descendiendo, la ropa estaba más húmeda que seca, y solo quedaba agachar la cabeza e ir avanzando paso a paso, afirmándonos con los crampones, y evitando mirar hacia las pronunciadas pendientes cuyo fin no llegábamos a vislumbrar.
Llegamos finalmente hasta un promontorio rocoso, donde nos dejamos caer para recuperar el aliento, y acomodar los equipos.
No teníamos muy en claro cuánto nos restaba para arribar al refugio, lo cual hizo que la sorpresa fuese mayor ya que, al traspasar las rocas, nos encontramos a 300 metros del legendario Refugio. Pensando en poder deshacernos del peso de la mochila y entrar rápidamente en calor, aceleramos para cubrir la distancia que restaba, la cual incluyó el cruce de un arroyo congelado conectado a la también congelada Laguna Negra.
El Refugio Italia es un refugio bien de montaña, rústico, sin grandes comodidades, en ese momento atendido por Eli y Manuel, que nos recibieron con gran hospitalidad. Apenas ingresamos, supimos que al día siguiente nos volveríamos a calzar con zapatillas mojadas, y a cubrir con camperas y guantes mojados.
La ausencia de suministro eléctrico (la turbina no funcionaba correctamente por cuestiones climáticas) y una salamandra que no alcanzaba ni a calentar las manos, obligaron a algunos de los miembros del grupo a quitarse la ropa y meterse en sus bolsas de dormir para lograr entrar en calor.
A diferencia del Jakob, el baño se encuentra lindero al refugio, y hasta cuenta con música funcional para amenizar la estadía… Inesperado descubrimiento.
Éramos los primeros visitantes en llegar en los últimos 15 días; el clima y época del año habían desalentado los ascensos.
A la espera de la hora de la cena, amuchados alrededor de la salamandra, nos interiorizamos de la vida en el refugio y de su rica historia.
La sopa de calabaza con la que dio comienzo la cena fue gloriosa, no solo por devolvernos el calor al cuerpo sino porque era digna merecedora de una reseña cinco estrellas en cualquier restaurante. Ante la ausencia de electricidad cenamos a la luz de las velas, lo cual confería una atmósfera de intimidad y comunión difícil de plasmar en este breve relato.
A diferencia del Jakob que cuenta con habitaciones, el Italia tiene un primer piso comunitario con cuchetas y colchones en el piso. El viento soplaba con una intensidad que temíamos fuera a levantar el techo de chapa, a lo cual los refugieros nos tranquilizaban rememorando que ya se lo había llevado varias veces, pero que con la última reparación había quedado firmemente asentado.
La parte positiva de este viento de voz profunda era que tapaba los ronquidos que provenían de más de una bolsa de dormir, y el sueño no tardó en invadirnos.
Al abrir los ojos esa mañana de domingo, las nubes de vapor que salían de cada una de las bolsas daban cuenta de las temperaturas que nos aguardaban. Nos cambiamos rápidamente y bajamos a desayunar para entrar en calor. Como suponíamos, todo seguía igual de empapado que cuando lo colgamos. Iba a estar duro terminar de cambiarse.
A las 10 de la mañana encaramos el descenso con la incomodidad del calzado y vestimenta de abrigo pasados por agua. Al poco tiempo de comenzar a movernos, fuimos entrando en calor, y el frío pasó a un segundo plano, poniendo toda nuestra atención en pisar seguros en un hielo mucho más duro y firme que el de la tarde anterior. Llegamos nuevamente al arroyo Navidad donde nos despedimos de los crampones y continuamos el descenso entre bosques, ríos y arroyos que nos abastecían de agua cuando la sed daba el presente.
Sin grandes contratiempos ni percances, pasada la hora del almuerzo, llegamos al que había sido nuestro punto de partida el día anterior. Famélicos y felices por el deber cumplido, caminamos (por si nos habíamos quedado con ganas de seguir caminando...) hasta el local de una cervecería artesanal para calmar el hambre y brindar por este grupo y por todas las travesías por venir.
Esa noche, nuevamente en la casa del Colo y con la compañía de Guada, ya más relajados, pudimos reflexionar sobre lo extraordinario de esta experiencia. De la importancia de planificar las cosas, pero más importante aún ser flexibles para aceptar que esos planes puedan verse modificados. Si bien el objetivo inicial no se cumplió, las circunstancias en las que realizamos estos ascensos fueron tan fuera de lo común para la época del año, que difícilmente podamos volver a repetirlo. Todos nos vamos sabiendo que habrá revancha, y que estos 4 días serán difíciles de olvidar. Porque, al fin y al cabo, lo importante no termina siendo ni el viaje ni el camino, sino la compañía con la que elegimos transitarlo.